Escribo esta reseña desde Berlín. Dentro de veinte minutos exactamente, las selecciones de Alemania e Inglaterra se enfrentarán en Sudáfrica. Las terrazas están llenas, las barbacoas expeden cerveza y currywurst –las salchichas típicas berlinesas- a diestra y siniestra. Mientras los aficionados alemanes se preparan para animar a su selección, pasa un par de tipos con la bandera inglesa a modo de capa, pero no pasa nada. Es Berlín, domingo, aquí el Furhtruck, el desayuno, se puede tomar en un montón de cafés por todas partes hasta las cinco de la tarde, esto es un mar de tranquilidad. Ayer, sin quererlo ni beberlo, en un cementerio cerca del Spree encontramos las tumbas de nada menos que Lettow von Vorbeck, Werner Molders, Hans Udet, Erich von Falkenhayn, von Schlieffen y von Moltke. Y en medio de las tumbas gente tomando el sol en bikini. Con toda naturalidad, a dos pasos del Reichstag y de la Cancillería. Unas cuantas calles más allá se alza la cúpula dorada de la gran sinagoga de Berlín, en la misma calle donde se puede ver también uno de los edificios emblemáticos de los squatters berlineses de los sesenta, actualmente una especie de museo de la roña. Sigue leyendo